Mélpomene, representación de la poesía fúnebre
El enfoque de este trabajo es brindar un acercamiento de la manera en que concibe la muerte el poeta Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645). El autor ya mencionado es un representante por excelencia de la época del Barroco. Su obra poética incluye sonetos, letrillas y romances; como prosista destaca la Historia de la vida del buscón llamado don Pablos (1626) y su obra ascética Los sueños (1627); además obras de contenido político como Política de Dios, gobierno de cristo 1626.
Para comenzar, se ha
seleccionado el siguiente soneto metafísico:
«¡ Ah de la vida !»… ¿Nadie me
responde?
¡Aquí de los antaños que he
vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido;
las Horas mi locura las esconde.
¡Que sin saber cómo ni adónde
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.
Ayer se fue, mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue y un será y un es cansado.
En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presente sucesiones de difunto.
En el primer verso el yo lírico llama la atención
acerca de la vida y acto seguido formula una interrogación retórica “¿Nadie me
responde?”, la cual cumple la función de
encuadrar el contenido, es decir, hace evidente la preocupación que tiene por
la vida. Y mientras busca una respuesta ante aquella incertidumbre, descubre
que se encuentra viejo, que no tiene salud, que es vulnerable, y que los
recuerdos de su vida de juventud toman importancia. Pero, ¿por qué le importa esos
recuerdos de los años que pasaron? Sencillo. Porque le sirve como medidor de
cuanto disfrutó de la vida, de cuan feliz fue y de como aprovechó las
circunstancias, por lo tanto, el sujeto lirico del poema nos habla en resumen
de la expresión latina «Carpe Diem», que significa «aprovecha el día». En suma
a esto, vemos que “enseña a morir y que la mayor parte de la muerte es la vida,
y ésta no se siente, y la menor que es el último suspiro, es la que da pena”
(Tomas L. Rivers, 1980: p. 3).
Por otro lado, vemos como en el primer terceto
cuando habla del ayer, lo hace en un sentido ambiguo que puede referirse a dos
cosas, ya sea a su etapa de niñez o para decir que el tiempo no se puede
recuperar. Y en el mismo verso menciona el mañana para recordar lo incierto. Y
el hoy lo constante e inalterable que es el tiempo. Así mismo lo afirma
Guillermo de Torre (1969): “En efecto, la fugacidad del tiempo y la muerte son
los leit motiven cardinales de estos
sonetos metafísicos” (p. 387).
Para finalizar, vemos como en el último terceto el
yo lírico dice que queda como sucesiones de un difunto, lo cual se entiende que
en la vejez ya ha perdido de cierta manera las ambiciones por la vida. La
expresión “presente sucesiones de difunto” es la característica de ser
consciente de las muertes que ha tenido el ser; y las muertes son cada una de
las etapas de la vida, las cuales podríamos definir así: niñez, juventud,
mocedad, edad varonil, vejez. Como lo menciona el propio Quevedo en una de las
cartas enviadas a Don Manuel Serrano del Castillo el 16 de agosto de 1635.
Continuamos con el siguiente soneto:
Huye sin percibirse, lento, el
día,
y la hora secreta y recatada
con silencio se acerca, y,
despreciada,
lleva tras sí la edad lozana mía.
La vida nueva, que en niñez ardía,
la juventud robusta y engañada,
en el postrer invierno sepultada,
yace entre negra sombra y nieve
fría.
No sentí resbalar, mudos, los
años;
hoy los lloro pasados, y los veo
rïendo de mis lágrimas y daños.
Mi penitencia deba a mi deseo,
pues me deben la vida mis engaños,
y espero el mal que paso, y no lo
creo.
En el soneto se hace evidente un lamento por lo
perdido e irrecuperable que es la juventud, y a causa de esto nace un displacer
por la vida en la vejez. Muestra además que el sujeto lírico no se da cuenta en
qué momento envejeció. Y ya en esa etapa no existe un mismo interés por los
placeres simples de la vida y se anhela ese momento en que había fuerzas
vitales y espíritu para realizar cualquier cosa.
Particularmente
en este poema el yo lírico es consciente de que va a morir, pero él quiere no
asimilar esa idea. De allí ese sentimiento de disconformidad, puesto que se
siente engañado por una vida que no se dio cuenta que pasó. Por lo tanto,
siente que no vivió realmente y que no le alcanzó el tiempo para nada, por
ende, no desea aceptar su condición de humano y rechaza la idea de que tendrá
que morir.
El soneto expresa desde esa perspectiva de lo
irrecuperable, el lamento y la pena, y dice muy crudamente que ya no se está
vivo cuando se está viejo. Además nos muestra esa característica de un
constante recuerdo de que la muerte vendrá por cada quien. La muerte vinculada
profundamente con el paso del tiempo y la caducidad de la vida.
Cabe destacar en este punto, que en este tipo de
poemas no se habla acerca de si hay cielo o infierno para el alma, sino que
muestra una perspectiva de que se muere y punto. La muerte se convierte en el
destino final de la vida y de ahí no hay nada más.
Para finalizar, veremos el siguiente soneto amoroso:
¡Ay, Floralba! Soñé que te… ¿Dirélo?
Sí, pues que sueño fue: que te
gozaba.
¿Y quién sino un amante que
soñaba,
juntara tanto infierno a tanto
cielo?
Mis llamas con tu nieve y con tu
yelo,
cual suele opuestas flechas de su
aljaba,
mezclaba amor, y honesto las
mezclaba,
como mi adoración en su desvelo.
Y dije: «quiera amor, quiera mi
suerte,
que nunca duerma yo, si estoy
despierto,
y que si duermo, que jamás
despierte».
Mas desperté del dulce
desconcierto;
y vi que estuve vivo con la
muerte,
y vi que con la vida estaba
muerto.
En el soneto anterior, se puede apreciar de primera
vista que el elemento principal que mueve el sentido de la obra es el amor. El
texto relata de una manera asombrosa la historia de un hombre que sueña que
está con su amada. Con respecto a los sueños, Sigmund Freud (1900) afirma: “Los
sueños dejan ver bien a las claras el carácter del cumplimiento del deseo” (p.
143). Es decir, mientras el sujeto lírico soñaba que gozaba a Floralba y que
ese era un amor fuerte y honesto. Por ende, “está dando voz a su creencia en que el amor
no es accidente, en el sentido filosófico del término, sino algo tan esencial
que deja su huella imborrable en cuanto toca” (José Antonio Maravall, 1972: p.
150).
La obra es de una ligereza excepcional, que es
lograda por la sutileza de cada una de las palabras o ideas cuyo objetivo es
causar una impresión en el pensamiento del lector, por ejemplo los dos últimos
versos “y vi que estuve vivo con la muerte, / y vi que con la vida estaba
muerto” donde apreciamos una paradoja que a simple vista no nos dice nada. Pero
sí relacionamos estos versos con todo el texto, entendemos que se refiere al
hecho de que mientras el yo lírico dormía y experimentaba el amor con su amada
Floralba, se sentía vivo en el sentido de que el amor es la fuerza que rige la
vida, así que cuando despierta de su sueño y es separado de su amada entonces
es separado de sentir amor y cuando esto ocurre el yo lírico siente que murió.
Así mismo, José Antonio Maravall (1972) afirma:
“La vida se enriquece definitivamente por la acción
del amor. Y se enriquece de tal manera que el amor llega a ser el único
justificante, el principal motivo de vivir. El amor también es fuerza
ascendente. Al llegar a su máximo punto se adueña del espíritu humano; por eso,
el amor, al crear hipotéticamente la muerte, está en realidad creando una
especie de vida”. (p. 149)
En conclusión, vemos que en los poemas analizados la
muerte ocurre siempre cuando no hay una fuerza vivificadora. El amor en cierta
medida nos librará de la muerte, pues es algo que llena y crea en el espíritu
deseos por la vida. También nos damos cuenta que el enemigo principal de la
vida es sin duda el tiempo y las enfermedades que destruyen el cuerpo, y en
otro sentido la carencia de amor que mata el espíritu. Por otro lado, vemos
entonces que la muerta es la propia vida, en la concepción de que cuando una
persona nace no empieza a vivir sino a morir.
Bibliografìa
De Torre, Guillermo (1969). El mundo de la novela picaresca. Madrid:
GREDOS.
Maravall, José Antonio
(1972). Edición 292 de cuadernos
hispanoamericanos. Madrid España.
Rivers, Tomas (1980). Poesía
Lírica del Siglo de Oro. Madrid: CÁTEDRA.
Freud, Sigmund
(1900). La interpretación de los sueños
primera parte. Buenos Aires: Amarrortu editores.
Imagen tomada de: http://www.cervantesvirtual.com/bib/bib_autor/quevedo/pcuartonivel.jsp?conten=imagenes&pagina=imagenes2.jsp&tit3=Las+9+musas&fqstr=1&qPagina=0&qImagen=2
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